19 Dic EL ÁRBOL DE NAVIDAD: DE FREYR A CRISTO
Pedro Manuel Fernández Muñoz
Dinamizador de Turismo e investigador histórico
El árbol de Navidad es a nivel mundial quizás hoy el elemento más icónico de la Navidad, y es fruto de la resignificación que hace el cristianismo, con fines litúrgicos o paralitúrgicos, de diferentes elementos paganos dotándolos de un significado nuevo con sentido cristiano.
Los orígenes cultuales del árbol de Navidad están en la mitología germánica-escandinava. En fechas próximas al solsticio de invierno, los pueblos germánicos y nórdicos celebraban el nacimiento de Freyr, Dios del Sol naciente, de la Lluvia y de la Fertilidad, que era uno de los dioses más importante del panteón nórdico, asociado a la prosperidad, la virilidad y a la realeza sagrada. Es el fundador legendario de la Casa Real sueca, siendo el primer Rey de la dinastía protohistórica de la Casa de Upsala o “Vieja Dinastía” el mismo Dios Froh de la ópera “El Oro del Rin” (Das Rheingold) de Wagner.
En la celebración de este evento se adornaba un árbol caducifolio, sin hojas, que simbolizaba a Yggdrasil, el Árbol de la Vida o Fresno del Universo de la mitología nórdica; en su copa se encontraba el Asgard, lugar donde moraban los dioses gobernado por el Dios Odín, con el Salón de los Caídos, el Valhalla. Era pues un elemento simbólico importante para los pueblos germanos y escandinavos.
Cuando San Bonifacio de Maguncia (672-754) evangelizó Germania, cortó el árbol sagrado Yggdrasil; de hecho, en la iconografía de este Santo se le representa con un árbol cortado, aunque también es posible que cortara el roble sagrado dedicado al Dios Thor. Fuera como fuese el árbol cortado del culto antiguo pagano, lo sustituyó por un abeto verde de hojas perennes, simbolizando lo perenne del Amor de Dios, y adornándolo con manzanas en clara sintonía con el pecado original y con velas en alusión a la identificación entre Cristo y la Luz; está presente en ello el sentido cristiano del Árbol de la Vida del Paraíso cuyo fruto, como diría siglos más tarde San Buenaventura, es Cristo.
Lo que vemos es como el cristianismo adapta un símbolo de culto a los dioses paganos y una fiesta pagana al calendario litúrgico cristiano, y del conmemorar el nacimiento del Dios Solar Freyr pasa a festejar el nacimiento de Jesucristo, Sol Invictus, compartiendo ambas figuras su asociación con la Luz. Así, en Centroeuropa, la costumbre de adornar el árbol de Navidad se mantendrá de esa manera durante siglos.
En el siglo XIX, siglo del Romanticismo, se recuperan muchos usos y tradiciones populares del pasado de Europa, en particular en Alemania, donde se potencia el costumbrismo. Por influencia alemana, en Inglaterra se comienzan a poner árboles de Navidad hacia 1830; recordemos que las relaciones políticas, económicas y culturales entre Inglaterra y los países germánicos protestantes, incluyendo los Países Bajos, son muy fluidas desde la Revolución Gloriosa de 1688 hasta finales del siglo XIX.
Es a partir de 1840, con el matrimonio del Príncipe alemán Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotta con la Reina Victoria de Inglaterra, cuando el árbol navideño llega a la Corte británica, colocándose el primer Árbol de Navidad en el Castillo de Windsor al año siguiente de los esponsales, por influencia del Príncipe Consorte. Esto supuso un fuerte impulso a su uso en el Reino Unido y, consecuentemente, en el resto del Mundo, pues en el periodo denominado como Victoriano, Inglaterra se convertirá en un fuerte referente cultural a nivel mundial, coincidiendo con el auge de la industria británica y de su Imperio. El uso del Árbol de Navidad se convierte en una costumbre inglesa, cuando imitar todo lo que procedía de Gran Bretaña era sinónimo de bienestar, elegancia y distinción.
En España, el primer árbol de Navidad llegó en 1870, y se puso en el desaparecido Palacio de los Marqueses de Alcañices (en la esquina del Paseo del Prado con la Calle de Alcalá), siendo traída a Madrid la moda victoriana del árbol de Navidad por la princesa rusa Sofía Sergeivna Troubetzkoy (1838-1898), considerada en ese momento como una de las mujeres más bellas y elegantes de Europa (incluso había sido retratada por Winterhalter en 1863).
Esta señora estuvo casada con el Duque de Morny (1811-1865), un hermano del Emperador que había sido Embajador y Ministro de Exteriores de Francia, y fue un miembro destacado de la Familia Imperial de Francia al ser cuñada de Napoleón III (además corría el rumor bien fundado de que ella era hija natural del Zar Nicolás I de Rusia), Era una mujer cosmopolita de una exquisita educación, amante y referente de las modas. La Princesa enviudó y acabó instalándose en España tras su matrimonio en 1869 con D. José Osorio y Silva (1825-1909), IX Duque de Sesto, XVII Marqués de Alcañices… y uno de los artífices de la Restauración borbónica con Alfonso XII.
La Princesa, personaje en la atmósfera de la novela Pequeñeces del Padre Coloma, fue una figura admirada y un referente a imitar por las damas de la alta sociedad española, que ya había impuesto modas como la del higiénico y beneficioso uso de la toilet, y en este contexto se convierte en la introductora en España de instalar el árbol de Navidad.
En cuanto a la Iglesia Católica, en el Bendicional editado por la Comisión Episcopal de Liturgia – DELC, (Primera Edición, Diciembre de 1986), existe una oración destinada a la bendición del Árbol de Navidad, que pueden realizar tanto ministros como laicos (en el caso de hacerla el sacerdote o diácono la hace con las manos extendidas, y según las circunstancias rociará con agua bendita a los presentes y al árbol, de realizarla un laico, la debe pronunciar con las manos juntas), y es la siguiente:
“Bendito seas, Señor y Padre nuestro,
que nos concedes recordar con fe en estos días de la Navidad los misterios del nacimiento de Jesucristo.
Concédenos, a quienes hemos adornado este árbol y lo hemos embellecido con luces, vivir también a la luz de los ejemplos de la vida santa de tu Hijo y ser enriquecidos con las virtudes que resplandecen en su santa infancia.
Gloria a Él por los siglos de los siglos. Amén.
Así mismo el Bendicional reconoce que la costumbre de colocar en los hogares cristianos un árbol de Navidad es recomendable, pues “este árbol puede recordar a los fieles que Cristo, nacido por nosotros en Belén, es el verdadero Árbol de la Vida, Árbol del que fue separado el hombre a causa del pecado de Adán”. Y añade: “conviene , pues, invitar a los fieles a que vean en este árbol, lleno de luz, a Cristo luz del mundo, que con su nacimiento nos conduce a Dios que habita en una luz inaccesible”.