CUARESMA, TIEMPO DE CONVERSIÓN

CUARESMA, TIEMPO DE CONVERSIÓN

Ramón de la Campa Carmona

Academia Andaluza de la Historia

La Cuaresma en el Año Litúrgico

Nunca ponderaremos lo suficiente la relevancia que el Año Litúrgico tiene en la vida de la Iglesia. Como la sucesión de las estaciones estimula y regula la renovación vital del mundo físico, la contemplación y vivencia de los sucesivos tiempos litúrgicos inciden en la actualización, interiorización y proyección del mensaje de Cristo, tanto desde una perspectiva individual como comunitaria. Supone una espiral ascendente hacia la cima de la perfección: el Adviento es la siembra en la esperanza; la Navidad, los primeros brotes en la fe; la Cuaresma, el crecimiento en la caridad con el riego y la poda necesarios; la Pascua, la floración gozosa derivada del injerto en la victoria de Cristo; el Tiempo Ordinario, sobre todo el postpentecostal, es la siega y el barbecho estival en el que se degustan todos los episodios de la historia de la salvación en su globalidad, actualizándolos en la vida del mundo presente.

 

La Cuaresma son cuarenta días que la Iglesia propone a los fieles para bien disponerse a la participación en la Pascua, piedra angular de la historia salvífica de Dios[1]. Va desde el Miércoles de Ceniza hasta la Misa de la Cena del Señor exclusive; sus notas dominantes son la conversión y la penitencia. San Benito de Nursia, en el siglo V, recomienda en el capítulo XLIX de su Regla a sus monjes que se entreguen a la oración “acompañada de lágrimas” de arrepentimiento o de fervor.

El cuarenta se usa en la Biblia como número redondo de totalidad[2], a menudo con un sentido de periodo modelo de purificación en la aflicción: eso duró el diluvio (Gn. VII, 4); la peregrinación de Israel por el desierto (Ex. XVI, 35); el plazo que Jonás dio a Nínive para su conversión (Jon. III, 4); el tiempo que mandó el Señor a Ezequiel que permanezca recostado sobre el lado derecho, como símbolo de lo que había de durar el sitio tras el que Jerusalén sería arrasada; el ayuno de Moisés (Ex. XXIV, 18) en el Sinaí y Elías en el Horeb (I Re. XIX, 8) para ser purificados antes de presentarse a Dios; el retiro de Jesús en el desierto antes de emprender su misión pública (Mc. I, 13; Mt. IV, 2; Lc. IV, 2), modelo éste último el más evidente[3].

El primer testimonio de observancia cuaresmal se remonta al siglo II[4]. El ayuno cuadragesimal se documenta a comienzos del siglo IV y aparece en el canon 5 del Concilio Ecuménico de Nicea (325)[5]. El Obispo Serapión de Thmuis en el 331 afirma que la cuaresma es una práctica general en Oriente y Occidente, y en el 384 aparece atestiguada en Roma[6].

En un principio comenzaba el llamado I Domingo, incluyendo los domingos, hasta el Jueves Santo. En el siglo VII se data ya el inicio el Miércoles de Ceniza, para, al no incluirse los domingos como días de ayuno, completar así, sumando cuatro, los cuarenta, aceptado oficialmente por el Papa Gregorio II (+750); queda así éste como caput jejunii -cabeza del ayuno- y como caput quadragesimae -cabeza de la cuaresma- el I Domingo.

Carácter de la Cuaresma

La Cuaresma es antesala de la Pascua. Esta preparación pascual lleva en primer lugar aparejada, en los que ya han recibido el bautismo, la renovación de éste y sus promesas[1]. En la primitiva Iglesia, cuando existía catecumenado de adultos, éstos recibían el sacramento en la Vigilia Pascual, por lo que sus tres escrutinios o exámenes generales se celebraban en las liturgias occidentales los Domingos III, IV y V de Cuaresma, costumbre certificada para Roma en el siglo VI[2]. Así se sigue señalando en el actual Misal Romano en rúbrica especial para estos días[3]. Tienen el fin de “descubrir en los corazones de los elegidos lo que es débil, morboso o perverso para sanarlo, y lo que es bueno, positivo y santo para asegurarlo. Porque los escrutinios se ordenan a la liberación del pecado y del diablo y al fortalecimiento en Cristo”[4].

A esto se une la práctica de la penitencia como instrumento de conversión y purificación, por lo que el tiempo de Cuaresma tiene un marcado carácter penitencial[5]. La pedagogía litúrgica cuaresmal nos orienta decididamente sobre el mismo: imposición de ceniza -símbolo de nuestra nada ante Dios- a su comienzo[6], elección del morado -color penitencial por excelencia-[7], supresión del aleluya -exclamación gozosa por antonomasia-[8] y del Gloria los domingos –el canto jubiloso de alabanza-[9], austeridad en el ornato -prohibición de flores sobre el altar- y música -eliminación de instrumentos a no ser como acompañamiento del canto en la liturgia-[10].

Una costumbre desaparecida en Occidente y que simbolizaba esta necesidad de purificación por medio de la penitencia para contemplar con corazón puro los sagrados misterios era la de correr durante la cuaresma un velo inmenso, generalmente morado, que ocultaba el altar[11]. El mismo origen tiene la tradición de cubrir las cruces y las imágenes a partir del Domingo V de Cuaresma, aquéllas hasta después de la celebración de la Pasión del Señor el Viernes Santo y éstas hasta el comienzo de la Vigilia Pascual, adquiriendo con el tiempo también el significado de expresar la humillación del Redentor[12].

La penitencia se nos presenta con una triple dimensión señalada por la Tradición: la oración, el ayuno y la limosna[13].

La oración, que encierra todos los ejercicios de piedad, individuales y colectivos, con que el fiel se dirige a Dios, supone una interiorización del perdón divino y un fortalecimiento de la gracia, sirviendo por tanto de alimento de la llama de la esperanza y de escudo contra las debilidades e imperfecciones. Se invita a profundizar en los textos bíblicos litúrgicos, sobre todo los evangélicos y a una participación más frecuente e intensa en la liturgia, y se recomienda el acercamiento al Sacramento de la Reconciliación para participar purificados en la Pascua: ya el Miércoles de Ceniza se hace al Pueblo de Dios un pregón solemne: “Convertíos y creed en el Evangelio”[14]. Todo esto se practica en los cultos de nuestras cofradías penitenciales.

El ayuno, en cuanto privación voluntaria, es signo de valoración de lo verdaderamente importante y fortalecimiento de la voluntad.  Son días obligatorios durante la Cuaresma: de ayuno, el Miércoles de Ceniza y de abstinencia, todos los viernes[15]. El ayuno, solidaridad con el que no tiene y signo de desprendimiento, “obliga a hacer una sola comida durante el día, pero no prohíbe tomar un poco de alimento por la mañana y por la noche, ateniéndose, en lo que respecta a la calidad y cantidad, a las costumbres locales aprobadas”[16]. La abstinencia, práctica simbólica y solidaria, “prohibe el uso de carnes, pero no de huevos, lacticinios y cualquier condimento a base de grasa de animales”[17]. Hay que apuntar que “a la ley de la abstinencia están obligados cuantos han cumplido los catorce años; a la ley del ayuno, en cambio, están obligados todos los fieles desde los veintiún años cumplidos hasta que cumplan los cincuenta y nueve”[18].

La limosna, hermana de la oración y del ayuno, que engloba todas las obras de misericordia, testimonia que el mundo es una gran familia que tiene como único Padre a Dios, al tiempo que ayuda a restablecer el orden de justicia divina lesionada por el pecado. Es la puesta en práctica de la caridad, reina de las virtudes. Según las especiales condiciones sociales de la comunidad deberá primarse la más necesaria sobre las demás.

La Iglesia invita a vivir la penitencia cuadragesimal no sólo de un modo interno e individual, sino también externo y social, por el carácter comunitario de ésta y por la dimensión colectiva del pecado, como signo de la conversión del corazón[19]: “precisamente en este tiempo, en el que muchísimos hombres experimentan un vacío interno y una crisis espiritual, la Iglesia debe conservar y promover con fuerza el sentido de la penitencia, de la oración, de la adoración, del sacrificio, de la oblación de sí mismo, de la caridad y de la justicia. La piedad popular, que posee muchos de estos valores, puede contribuir decisivamente a llenar este vacío y a promover la vida en el Espíritu”[20].

Se recomienda el fomento de ejercicios piadosos de carácter cuaresmal[21], entre los que podemos incluir nuestros numerosos novenas, quinarios, septenarios, triduos, así como los múltiples viacrucis, práctica expresamente citada.

Pero de los ritos peculiares de la Cuaresma nos interesa hacer mención del culto estacional de la corte pontificia. Los miércoles y viernes primero, y los martes y jueves a partir del Papa San Gregorio II (715-31), hacia las tres de la tarde, hora de Nona, se reunía la asamblea cristiana en una iglesia designada como lugar de cita: en ella se recitaba una oración colecta, y, entre cantos penitenciales y letanías, precedidos de la cruz procesional se dirigían procesionalmente fieles, clero y sumo pontífice a la iglesia estacional, donde se celebraba la Eucaristía.

Estas ceremonias recibieron el nombre, desde el siglo II, de estación, vocablo latino que significa etimológicamente “punto de guardia”, porque en estas jornadas, de semiayuno, el cristiano montaba espiritualmente guardia. Simbolizan el camino penitencial de la Cuaresma como tránsito hacia la Pascua.

Debemos situar aquí el antecedente de nuestros desfiles procesionales de Semana Santa, que se configuran también como estaciones penitenciales. La Iglesia posconciliar reconoce la importancia de este tipo de ceremonias y dispone: “se recomienda que se mantengan y renueven las asambleas de la Iglesia local según el modelo de las antiguas ‘estaciones’ romanas”[22]; entre nosotros, los víacrucis públicos y la peregrinación a los besamanos y besapiés constan de unos caracteres similares.

Desde el origen de nuestras cofradías de penitencia, se establecía en sus Reglas la estación en uno o varios templos; así, en Sevilla, ya la Cofradía del Dulcísimo Nazareno y la Virgen con San Juan fundada en la Parroquial Omnium Sanctorum en 1340 y aprobada por el Arzobispo Nuño de Fuentes en 1356, fijaba su estación penitencial al Real Hospital de San Lázaro desde su sede en la Ermita de San Antón Campo de las Cruces (extramuros de la Macarena)[23]. En 1604 se opera una unificación decisiva: en esta ciudad se establece a la Santa Iglesia Catedral, como cabeza de todas las iglesias de la urbe, y la Real Parroquia de Santa Ana como su vicaria a la otra orilla del río, como la iglesia estacional común[24].

Los Domingos de Cuaresma

 Incluye seis domingos: I, II, III, IV y V de Cuaresma, y el Domingo de Ramos, pórtico de la Semana Santa, del que por eso no vamos a hablar[1].

Por su importancia litúrgica “tienen precedencia sobre todas las fiestas del Señor y sobre todas las solemnidades”[2]. Igualmente, “el miércoles de Ceniza y las ferias de Semana Santa, desde el lunes hasta el jueves, inclusive, tienen preferencia sobre cualquier otra celebración”, así como “todas las ferias de Cuaresma tienen preferencia sobre las memorias obligatorias”[3], y tienen, además, misa propia, lo que indica el esmero con que la Iglesia ha tratado este tiempo litúrgico.

El Domingo I de Cuaresma, llamado también en los antiguos calendarios Invocabit por su introito y Domingo de las Tentaciones por su evangelio, en la Edad Media recibía el título de Domingo de los Hachones, por los que los fieles portaban este día en la liturgia como símbolo público de arrepentimiento de los excesos carnavalescos. Los griegos lo denominan Domingo de los Santos Ayunos, para indicar la nota fundamental de este tiempo litúrgico, y también Fiesta de la Ortodoxia, en conmemoración del restablecimiento de las santas imágenes tras las luchas iconoclastas del siglo IX. Es considerado caput quadragesimae -cabeza de la cuaresma- por ser “el comienzo del venerable sacramento de la observacia cuaresmal”, pues aunque antes viene prologado por el Miércoles de Ceniza y las tres ferias siguientes, éstos son añadido posterior para completar, como dijimos antes, la cuarentena de ayuno, y, además, el citado miércoles, considerado caput jejunii -cabeza del ayuno-, no es de precepto.

A esta jornada le corresponde en Roma, desde la época del Papa San Sixto III (432-40), estación en la Basílica Patriarcal de San Juan de Letrán, Madre y Cabeza de todas las iglesias del mundo, índice de la importancia que se le concede en la liturgia. A esto se añade que este templo es el santuario del Santísimo Salvador -que se inmola en la Pascua- y de los santos juanes: el Bautista -profeta de la soledad y el ascetismo- y el Evangelista -el evangelista de la Pasión de Cristo-. En él eran también reconciliados los pecadores públicos el Jueves Santo, y bautizados, en su Baptisterio, los catecúmenos la noche de Pascua.

Los textos eucológicos de este día gozan de una venerable antigüedad. Constituyen una vetusta piedra miliaria de apertura de un tiempo de renovación espiritual. El Salmo XC domina las antífonas de la misa: salmo cuaresmal por excelencia, trata de la firme esperanza del fiel en el auxilio divino, pues mediante la oración se recibe la ayuda del Espíritu en la lucha contra los enemigos de Dios y de sí mismo. El introito recoge los versículos 15, 16 y 1: “R/. Me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación; lo defenderé, lo glorificaré. V/. El que habita al amparo del Altísimo, vivirá a la sombra del Omnipotente”. Cristo -titular de la iglesia estacional romana- asegura la respuesta a la oración y la victoria. El ofertorio y la comunión escoge el versículo 4: “Te cubrirá con sus plumas, bajo sus alas te refugiarás; su brazo es escudo y armadura”, en el que se nos plasma poéticamente la prometida protección divina. Las oraciones presentan ante Dios nuestras peticiones de ahondar en el misterio de Cristo, nuestra Pascua, y de vivirlo con intensidad, para preparar la celebración litúrgica de la Pascua. El Prefacio de las Tentaciones del Señor nos muestra como medio idóneo para vencer el pecado la penitencia cuaresmal e inclinarse hacia el bien.

Domingo II

El II Domingo de Cuaresma es denominado Reminiscere por su introito y Domingo de la Transfiguración por su evangelio. Originariamente fue domingo vacante, libre de estación, pues seguía a las IV témporas, que habían dejado extenuado a los fieles. Después del siglo IX se le asigna estación en Roma: Santa Maria in Domnica, antigua diaconía habitada por San Ciriaco, donde San Lorenzo distribuía las limosnas de la Iglesia, en el Monte Celio, en cuya subida se imita a Cristo ascendiendo a Jerusalén.

Domingo III

Al Domingo III de Cuaresma se le llama Oculi por su introito. En la primitiva Iglesia se denominaba Domingo de los Escrutinios, por ser ésta la primera de las siete sesiones en la que en Roma se procedía al examen de los catecúmenos a bautizar la noche pascual. La estación era en la jubilar Basílica de San Lorenzo Extramuros, en la que se venera el recuerdo del más célebre mártir de Roma, con lo que se recordaba a los neocristianos los sacrificios que exige la fe cristiana. En la Iglesia griega se procede a la adoración de la Cruz al empezar la semana mesomestime, es decir, “centro de los ayunos”.

Domingo IV

El Domingo IV de Cuaresma, denominado acertadamente Laetare –“alegraos”- por el introito, supone, por coincidir en mitad de la Cuaresma, un alto gozoso en el camino ante el horizonte glorioso que espera, por lo que se puede usar de la música instrumental, del exorno floral del altar y de ornamentos de color rosado, que es como un morado aliviado por la alegría[4].

El título de Domingo de la Rosa de Oro le viene del rito característico papal de origen medieval -hacia el siglo X- de este día de bendecir una rosa áurea como símbolo de realización absoluta[5] y anuncio poético de la Pascua florida o ver sacrum[6], que el Romano Pontífice obsequiaba a algún destacado personaje o institución del orbe católico[7].

Cuando éste residía en el Patriarchio de Letrán, se desarrollaba allí la ceremonia, tras la cual la llevaba procesionalmente a la iglesia estacional, la Basílica de Santa Cruz en Jerusalén, cuyo título nos indica que la Pascua está cerca. El rito consiste en bendecirla, ungirla con el santo crisma y espolvorearla con sustancias aromáticas. Algunos creen que procede esta ceremonia singular de una costumbre de los fieles romanos de ofrecer rosas a la cruz como signo de veneración en primavera[8].

Domingo V o Domingo de Pasión

El Domingo V de Cuaresma,  denominado Júdica por su introito, también se conoce como Domingo de Pasión, porque desde este día la Iglesia empieza a ocuparse especialmente del sacrificio del Redentor como último tramo de la preparación pascual; inauguraba lo que en la liturgia romana preconciliar se denominaba Tiempo de Pasión.

El título de Domingo de la Neomenía le viene de caer siempre después de la luna nueva que sirve para fijar la fiesta de la Pascua. Para los griegos es el Domingo V de los Santos Ayunos. La iglesia estacional es San Pedro del Vaticano, el más significativo santuario romano para celebración de tanta importancia.

 

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, acontecimiento salvífico de la vida de Jesús, pórtico de la Pasión, se ha revestido en su conmemoración litúrgica por medio de una procesión que antecede a la eucaristía el Domingo antes de Pascua, que se extiende a todas las Iglesias en la Alta Edad Media a partir de Jerusalén (en la iglesia occidental debe caer siempre en uno de los treinta y cinco días entre el quince de marzo y el dieciocho de abril).

 

 

Egeria, peregrina del siglo IV, nos refiere como se congregaba todo el pueblo en torno al obispo a la hora séptima, la una de la tarde, en la Iglesia de Eleona del Monte de los Olivos, lugar hoy conocido por El Pater Noster, donde se recitaban himnos, antífonas y lecturas apropiadas al día y al lugar.

La construcción de esta iglesia, cerca de la cima de la montaña, fue promovida por la Emperatriz Elena durante los años 326 y 327, con la autoridad de su hijo el Emperador Constantino, sobre una gruta, en la que la tradición señalaba que Jesús gustaba de adoctrinar a sus discípulos, y que, por cierto, aparece en las representaciones pictóricas bizantinas de la Entrada en Jerusalén, por considerar que este hecho no es más que una parábola en acción para ratificar las enseñanzas del Maestro.

A la hora nona, tres de la tarde, subían cantando himnos al Imbomón, lugar de la Ascensión, donde también se cantaban himnos, antífonas, lecciones y oraciones adecuadas hasta la hora undécima, las cinco de la tarde, en que, leído el evangelio de ramos, todos se encaminan procesional y lentamente, cantando himnos y antífonas, delante del obispo, como fue conducido el Señor, hasta la Anástasis, portando los niños en sus manos, aun los que todavía no andan y son llevados por sus padres, ramos de palmas o de olivos.

Esta procesión fue practicada de manera inalterada por los bizantinos, los cruzados y, desde el siglo XIV, por la Custodia franciscana de Tierra Santa. En la actualidad viene practicándose solemnísimamente con el concurso de todos los peregrinos católicos y fieles de la zona presididos por el Patriarca Latino de Jerusalén. Los árabes cristianos llaman a esta celebración Domingo del Hosanna y los árabes musulmanes la procesión de Ramos del burro.

En la mañana del domingo los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa acompañan al Patriarca Latino de Jerusalén a la Basílica del Santo Sepulcro, a la Rotonda de la Anástasis. La comunidad católica se congrega ante la tumba de Cristo para conmemorar la Entrada de Jesús en Jerusalén con la procesión litúrgica prescrita. Tras se animada por el Patriarca a entrar en las celebraciones con fe y devoción, un diácono proclamó delante del edículo (capilla relicario de la Tumba) el Evangelio que narra este episodio.

Tras la oración de bendición, el obispo entra en el edículo y bendice los ramos con agua bendita. Inmediatamente él mismo los reparte al clero y a los fieles. Seguidamente comienza la procesión en torno al edículo. Se dan tres vueltas; en la tercera se pasa al pie del Calvario y alrededor de la piedra de la Unción.

Entonces entran los cantores en el sepulcro y entonan el famoso himno del Obispo Teodolfo de Orleans Gloria, laus et honor tibi sit. Hecho esto salen los cantores y entra el Patriarca, y como si el Señor atravesara la puerta de la Ciudad Santa se canta la antífona de entrada: Ingrediente Domino in sanctam civitatem en el lugar de su triunfo, en el lugar en que abatió la muerte. El celebrarse en la Anástasis es una anticipación simbólica del triunfo verdadero de Cristo: su Resurrección.

Seguidamente la asamblea se dispone en el espacio de la Capilla de Santa María Magdalena y se celebra la Eucaristía Estacional con el canto de la Pasión (San Mateo en el ciclo litúrgico A, que antes se leía anualmente, San Marcos en el B y San Lucas en el C).

Por la tarde, en santuario de la Custodia de Tierra Santa de Betfagé, se reune una inmensidad de cristianos venidos de todas las partes de Tierra Santa a los que se suman peregrinos de todo el mundo, en medio de un ambiente popular y festivo. Partiendo de Betfagé, se sube por el Monte de los Olivos, se pasa al lado del lugar de la Ascensión (Inbomon) y del Pater Noster (Eleona), se baja por el Dóminus Flevit, se llega a Getsemaní, se atraviesa el Torrente Cedrón al lado de la Tumba de la Virgen, se sube a la ciudad entrando por la Puerta de los Leones o de San Esteban y se llega a la explanada de la Basílica de Santa Ana al lado de la Piscina Probática.

El recorrido es un poco diferente a cómo se realizaba en el siglo IV. En ese tiempo, según Egeria, el recorrido era este: Eleona, Inbomon, Getsemaní, Gruta de la traición, puerta de la Ciudad y Anástasis. La procesión se inicia con la bendición de los ramos y la proclamación del Evangelio de San Mateo 21, 1-11 en latín y árabe. Inmediatamente, entre cantos adecuados a la celebración, se ordenan los diversos grupos, cada de los cuales imprime una tonalidad diversa a la procesión: diversas lenguas, diversas melodías y ritmos diferentes. Cierran la procesión las autoridades eclesiásticas; entre ellos el Patriarca de Jerusalén, el Custodio de Tierra Santa y el Nuncio de su Santidad.

La procesión dura desde las dos y media de la tarde hasta aproximadamente las seis, en que concluye en la explanada de Santa Ana, lugar de la Piscina Probática. No falta la presencia de musulmanes que respetuosamente observan el paso de la procesión en la puerta de sus casas. Esta procesión, que imita localmente la entrada del Señor, es la manifestación popular católica más importante del año.

NOTAS

[1].N. U. A. L. C., nº 30.

[2].N. U. A. L. C., nº 5; Carta circular sobre la preparación y celebración de las fiestas pascuales 16-I-1988, nº 11.

[3].N. U. A. L. C., nº 16 y 14; Carta cit., nº 11.

[4].C. O., nº 252; Carta cit., nº 25.

[5].Es significativo este texto del Papa Inocencio III (1198-1216): “El día de hoy todo el oficio está lleno de alegría, todo está cargado de felicidad […], así se ve también claramente por las propiedades de esta flor, que ofrecemos a vuestra vista: amor en el color, agrado en el perfume y hartura en el gusto. Y es así que más que otras flores, la rosa alegra por su color, refresca por su perfume, fortalece por el gusto” (Migne, P. L. CCXVII, 393).

[6].P. Guéranguer: El Año Litúrgico, Aldecoa, Burgos 1956, t.II, pp. 341 ss.; J. Pascher: El Año Litúrgico, B.A.C., Madrid 1965, pp. 94 s.

[7]. Se documenta por primera vez su envío a extranjeros en el 1096 en que el Papa Beato Urbano II di Lagery la envía a Folco de Anjou, por sus grandes méritos en la I Cruzada. Pascher, cit., p. 94.

[8]. Pascher, op. cit., p. 94.

 

[1].Introducción al Ritual de la iniciación cristiana de adultos 6-I-1972, nº 41.

[2].Así consta en el antiguo Gelasiano, vid. Pascher, cit., p. 84 s.

[3].R. I. C. A., nn. 52, 153.

[4].Ibidem, nº 25. Se les entrega el Símbolo de la fe y la Oración dominical, se puede realizar también el effetá, la elección del nombre cristiano y la unción con el óleo de los catecúmenos.

[5].Constitución Apostólica Paenitemini 17-II-1966.

[6].N. U. A. L. C., nº 29; Carta cit., nº 21. La bendición e imposición de la ceniza puede hacerse durante la misa o fuera de ella, en  una Liturgia de la Palabra. En el Antiguo Testamento se usa como símbolo de penitencia interior y duelo: Jos. VII, 6; I Sam. IV, 12; II Sam. I, 4; Est. IV, 1;  Job  XLII, 6; Jon. III, 5 s.; S. CI, 10. Empezó siendo una práctica de los penitentes públicos; en el siglo XI se hace general, pues en  el Concilio de Benevento del 1091 el Papa Beato Urbano II di Lagery la hizo obligatoria, encontrándose ya detallado su ritual en los Ordines del siglo XII. Hacia el siglo XII se extiende la costumbre de obtener las cenizas de quemar las palmas del Domingo de Ramos anterior, lo que nos invita a recordar la caducidad de la fama terrena.

[7].O(rdenación) G(eneral del) M(isal) R(omano), nº 308 d.

[8].N. U. A. L. C., nº 28; Carta cit., nº 18.

[9].O. G. M. R., nº 31.

[10].C(eremonial de los) O(bispos), nº 252; Carta cit., nº 17. Intrucción Musicam Sacram, nº 66. Carta de preparación y celebración de las fiestas pascuales 16-I-1988, nº 17.

[11].Posteriormente se le da un significado simbólico pasional: el de representar el anonadamiento y las humillaciones de Cristo. P. Guéranguer: El Año Litúrgico, Aldecoa, Burgos 1956, t. II, pp. 163 s.

[12].Carta cit., nº 26. Rúbrica del sábado de la IV Semana de Cuaresma. Guéranguer, t. II, pp. 421 s.

[13].Ibidem, III.

[14].Carta cit., nn. 12 s. 15; Introducción del Ritual de la Penitencia 2-XII-1973, nº 13.

[15].Carta cit., nº 22.

[16].Paenitemini, III.

[17].Ibidem.

[18].Ibidem.

[19].Constitución Sacrosanctum Concilium, nn. 109 s.; Carta cit., nº 14.

[20].Documento pastoral sobre Evangelización y renovación de la piedad popular 1-XI-1987, nº 44.

[21].Carta cit., nº 20.

[22].Carta cit., nº16.

[23]. A. Martín Macías: “Las Cofradías desde sus orígenes hasta el Concilio de Trento” en Semana Santa en Sevilla. Sangre, luz y sentir popular. Siglos XIV al XX, Sevilla 1986, pp.31s.

[24]. F. Niño de Guevara: Constituciones del Arzobispado de Sevilla, hechas y ordenadas por el Ilmo. y Revmo.Sr.D.______, Cardenal Arzobispo de Sevilla, en el Sínodo que celebró en su catedral el año 1604, y mandadas imprimir por el deán y cabildo, canónigos in sacris, sede vacante, Alonso Rodríguez de Gamarra, Sevilla 1609.

[1].N(ormas) U(niversales sobre el) A(ño) L(itúrgico y el) C(alendario), Vaticano 21-III-1969, nº 27.

[2].J. Mateos, & F. Camacho: Evangelio, figuras y símbolos, Ediciones El Almendro, Córdoba  1989, 83 ss.

[3]. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 540): “La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto”.

[4]. San Ireneo de Lyon al Papa San Víctor I ca. 190 habla del tema con ocasión de la controversia sobre la fecha de la Pascua, en: Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, V, 24, 12 s.; vid. G. Prado: Curso Popular de Liturgia, FAX, Madrid 1935, p. 316; J. Pascher, El Año Litúrgico, B.A.C., Madrid 1965, p. 43. En la segunda mitad del siglo III la Pascua iba precedida siempre de dos días de ayuno como preparación: Viernes y Sábado Santo; vid. N. M. Denis-Boulet: El Calendario Cristiano, Casal i Vall, Andorra 1961, p. 86.

[5].Vid. J. Cavagna: La liturgia y la vida cristiana, Luis Gili, Barcelona 1935; p. 54. A. Azcárate: La flor de la liturgia, Buenos Aires 1951, p. 487. Pascher, pp. 43 s.

[6].Vid. Denis-Boulet, cit., p. 87.