08 Mar EL NAZARENO EN MURCIA: UNA IMAGEN DEVOCIONAL
José Alberto Fernández Sánchez
Doctor en Historia del Arte
Durante los días de la Cuaresma no son pocos los lugares de nuestra geografía que ponen sus ojos en la representación del Nazareno. Cristo cargado con la cruz es la referencia del ambiente penitencial de esta época del año como manifiestan un incontable número de cultos, traslados, celebraciones del Vía Crucis, etc. El ámbito murciano no es una excepción.
En este año, particularmente, el desarrollo de la Rogativa “Preces tempore pestis” que lleva a la Diócesis de Cartagena a organizar un nuevo encuentro entre la patrona, la Virgen de la Fuensanta, y la secular efigie de Nuestro Padre Jesús Nazareno, determina la recuperación de una presencia que nunca ha dejado de estar presente. Así, la efigie de este Cristo, protector de la sede diocesana, verá las calles en estos días últimos del invierno para retomar un protagonismo devocional que viene de siglos.
Bajo este pretexto se recogen estas líneas para marcar sobre sus orígenes, su plasmación iconográfica y su relación con otras efigies similares de su ámbito comarcal[1].
La presencia de la efigie del Nazareno, sobre la que junto a la de la Dolorosa gravita el protagonismo dramático de la Semana Santa murciana, constituye el argumento central de los primeros cortejos pasionarios que se idean en los años finales del siglo XVI.
La relevancia de esta talla figura ligada en las más remotas fuentes al patrocinio de las órdenes mendicantes bajo cuyo auspicio, ciertamente, comienzan a gestarse estas manifestaciones: agustinos, franciscanos o dominicos son, en mayor medida, los encargados de patrocinar tales procesiones manteniendo relaciones, no siempre amistosas, con las cofradías surgidas al efecto[2].
La asimetría geográfica del medio regional plantea un panorama poco homogéneo donde, en rigor, la evolución del ritual no siempre obedece a una misma problemática. De este modo, si en la capital los cofrades pleitearán sucesivamente con los agustinos por la titularidad de su ermita y sus tallas, en Cartagena la relación fructífera con los dominicos favorecerá la erección de un recinto cultual adosado a su templo monástico[3].
Diversa es también la formulación del culto público con sus diferentes pasajes escénicos pues si en Murcia o Cartagena ya dan como resultado vistosos cortejos de imágenes aisladas en el siglo XVII, en Lorca no parecen irrumpir las restantes tallas acompañando al Nazareno hasta mediada la centuria siguiente[4].
Igualmente dispar es el modo representativo, acaso adaptado a las posibilidades físicas del entorno: comitivas más sofisticadas y complejas en los entramados urbanos más importantes, explícitas ascensiones al Calvario en las localidades con menos recursos. Con todo, el binomio del Nazareno con la Dolorosa resulta esencial del cortejo al configurar la base esencial del relato pasionario y, por tanto, de su representación ritual[5].
El mecenazgo mancomunado de religiosos y cofrades parece ser característico de la gestión de dicha escenificación. La tradición insiste en referir los inciertos orígenes de buena parte de los titulares, algunos presumiblemente cedidos por los mendicantes, que ocasionan los primeros enfrentamientos entre las partes.
De esta suerte, en Murcia se corrobora el improvisado uso de una efigie que, tras la debida intervención de Juan de Aguilera y Melchor de Medina, configuraría su prestigioso Nazareno[6]; menos se conoce sobre los orígenes de los correspondientes a Cartagena o Lorca, o los no menos significativos de Cieza, Calasparra y Caravaca[7].
Indistintamente, sobre todos ellos se cierne el correspondiente halo de misterio que acredita, al margen de sus cualidades plásticas, el característico apego devocional.
Más aún sorprende la tardía ejecución del Nazareno destinado a Jumilla, toda vez que los documentos conservados impiden pensar en unas instituciones regladas anteriores al XVIII[8]. Todo ello incide en un panorama complejo[9].
También conviene citar lo acaecido en las localidades linderas. El Vía Crucis franciscano erigido en Murcia y llevado a Orihuela a fines del XVI parece imitarse en otros emplazamientos del reino, como en las distantes Lorca, Hellín, Tobarra, Vélez Rubio o Huércal-Overa, reflejando la preponderancia de esta rama monástica en estos lugares.
La versión de los pasos del Calvario, con inclusión de capillas e hitos marcados en su camino, es idónea para la organización de la comitiva en tales ámbitos rurales si bien en la Ciudad del Sol se simultaneó con otra procesión urbana.
Esta paradójica definición espacial es más llamativa en oposición a los grandes núcleos de población donde, pese a contarse espacios dedicados a los Vía Crucis, se prefirió la rememoración urbana. La representación del drama y, más concretamente, del momento del Encuentro entre las efigies del Nazareno y la Virgen prefirió en estos casos la singularidad de los espacios públicos más definitorios: en Cartagena la plaza concejil, trocada más adelante por la más amplia de La Merced, o en la capital del Reino los cuatro cantones de San Cristóbal que, ya en el XVII, se denominaban “del Nazareno”.
Si en el caso de Murcia la procesión de Semana Santa acapara en su favor los principales lugares de representación teatral pública, los correspondientes al Corpus Christi (“cuatro esquinas”, plaza de Santa Catalina y, sólo puntualmente, la del Mercado), ello incide en el sentido teatral que aún, en las décadas de transición al XVIII, evidencian el origen dramático de la comitiva[10].
Sugestión por lo representativo, según advierten las crónicas, que pasa más velada en Cartagena, donde se presta al momento del encuentro del Nazareno y la Virgen un más apropiado carácter rememorativo ligándolo, al efecto, a una única ubicación; salvando la excepcional duplicidad a que obligará la autoridad municipal cuando los cofrades pretendan, ya en 1761, trasladar el acto a un emplazamiento más capaz que, a la postre, será definitivo.
En este caso, la concreción del encuentro se circunscribe a una regulación litúrgica donde el papel de la cofradía es absolutamente protagonista; las constituciones del XVII ya avalan la propia inclusión de la institución en el desarrollo del Triduo Sacro donde, a la sazón, se les encomienda la vela y acompañamiento del Santísimo al “monumento”[11].
Parece evidente que esta dimensión inclusiva dista de un ejemplo que, como el murciano, subraya tempranamente su distanciamiento de lo eclesiástico para imbuirse, decisivamente, en la constitución de un cortejo urbano pleno de elementos que, con el tiempo, serán tomados por paganizantes y, finalmente, erradicados por los ilustrados.
Así las cosas, la propia vigencia en la capital de, al menos, dos encuentros diferenciados (el de la Virgen y el de la Verónica) relata una esmerada sofisticación que reivindica desde sus inicios un modelo procesional complejo.
Así, junto a estos pasajes donde las tallas son las protagonistas, se disponen nuevos momentos teatrales a cargo de figurantes, los llamados “pasos de mímicos”, que parecen abundar en el deseo de una esmerada representación donde, más allá del protagonismo del Nazareno, se evocan porciones más amplias del relato pasionario.
Caso semejante es el de Lorca donde, pese a lo avanzado de las fechas, se añade una compleja red representativa. La preponderancia del llamado “paso de Oficiales” en su desarrollo sirve para evidenciar la potente tutela que, particularmente la Archicofradía del Rosario, desarrolló a este fin.
Pese a la carencia de datos que esbocen, como en los casos anteriores, el asunto principal del Encuentro, no cabe duda que la centralidad del pasaje no estuvo ausente. La advocación concedida a la Dolorosa destinada a la procesión, cuya hechura afronta Francisco Salzillo en 1755, no es otra que la de Amargura, que, de forma elocuente, remite al encuentro con el Nazareno[12].
Parece evidente que bajo esta impronta, cuya forma se va generalizando incluso en pequeñas poblaciones de la huerta murciana, se configura un relato nuclear donde la visión del Nazareno encontrándose con la Dolorosa, más que un simple episodio, argumenta el sentido salvífico de toda la Pasión.
En ese contexto, la impresionante efigie del Nazareno, de rasgos severos, mirada inquisitiva y policromía nacarada, revela su auténtico potencial como catalizador del instante: preponderancia que significa el perdido uso de la bendición.
Más allá de la procesión, la efigie labrada para Murcia encuentra el esmerado cuidado de una cofradía conformada por “mayordomos” que, desde las décadas centrales del XVII idean un ámbito específico para su culto: lugar común donde la dinámica expositiva quedará marcada por el ocultamiento consciente de la talla bajo sucesivos velos que, tras ser ceremonialmente descorridos, permitirían la efímera y sugestiva veneración del titular.
No obstante, esta preservación no va a impedir la popularidad del prototipo pronto difundida por medio de tablas pictóricas para acompañar a los cofrades enfermos, demandaderas icónicas de plata y, a semejanza con el culto icónico valenciano, la presencia de una efigie vicaria ejecutada en cartón que servía para ser portada “en las ferias” y para asistir al transcurso del Vía Crucis del vecino convento de San Diego.
El propio discurrir de esta centuria ofrecerá, además, un variado conjunto de salidas extraordinarias por rogativas y otras manifestaciones públicas de duelo que la convertirán en efigie predilecta junto a la, ya aludida, de la Fuensanta o la más ancestral de la Arrixaca.
Los copiosos frutos de estas intenciones, señaladas por medio de copiosas lluvias y hasta nevadas, se sucederán en los siglos siguientes hasta que, dentro del sesgo liberal del XIX, sean perseguidas y, finalmente, anuladas. Con todo, el predicamento del Nazareno no cesará, proyectando, al menos desde comienzos de esa centuria, su impronta desde el airoso templete clasicista que anulará definitivamente aquellas antiguas velaciones.
NOTAS
[1] Estos pormenores fueron tratados en: FERNÁNDEZ SÁNCHEZ, J.A., “El Encuentro camino del Calvario: arte y dramaturgia en el antiguo Reino de Murcia” en DE LA CAMPA CARMONA (coord.), Congreso Internacional Calle de la Amargura, Cádiz, Cofradía de los Afligidos, 2019: pp. 313-350.
[2] LÓPEZ-GUADALUPE MUÑOZ, J.J., Imágenes elocuentes. Estudios sobre patrimonio escultórico, Granada, Atrio, 2008: pp. 309-319.
[3] MUNUERA RICO, D., Cofradías y Hermandades Pasionarias en Lorca (Análisis Histórico Cultural), Murcia, Editora Regional, 1981: p.81.
[4] Ídem: p.81.
[5] DÍAZ CASSOU, P., Pasionaria murciana. La Cuaresma y la Semana Santa en Murcia, Murcia, Academia Alfonso X el Sabio, 1980: pp.24-27; y FERNÁNDEZ SÁNCHEZ, J.A., Estética y Retórica de la Semana Santa Murciana; El Periodo de La Restauración como Fundamento de las Procesiones Contemporáneas, Murcia, Editum, 2014: pp.206 y 207.
[6] BELDA NAVARRO, C., “Escultura” en Historia de la Región Murciana, vol. VI, Murcia, Mediterráneo, 1980: p.332; MUÑOZ FERNÁNDEZ, A., “La Conservación de Nuestro Padre Jesús Nazareno” y CUESTA MAÑAS, J. “Catalogación de la imagen de Nuestro Padre Jesús (Nuevas hipótesis)” ambas insertas en Nazarenos, n.8, Murcia, Cofradía de Jesús Nazareno, 2005: pp. 61-64 y 26, respectivamente.
[7] MARÍN CANO, A. Muerte, Beneficencia, Religiosidad y Cofradías. La Cofradía de Ánimas de Cieza (1574-1997), Cieza, Cofradía de Ánimas, 2008: pp. 246-247 y 255-257; sobre la hechura del Nazareno de Calasparra LÓPEZ JIMÉNEZ, J.C. presume una dependencia formal del círculo de Juan de Mesa que, sobre la lectura plástica de su interesante modelado, resulta cuestionable. Véase Escultura mediterránea. Final del Siglo XVII y el XVIII. Notas desde el Sureste de España, Murcia, Caja de Ahorros del Sureste de España, 1966, p.34.
[8] LOZANO PÉREZ, J.M., “Nuestro Padre Jesús Nazareno. Origen de su Imagen y Hermandad en Jumilla” en: Nazareno. 1801-2001, Jumilla, Cofradía de Jesús Nazareno, 2001: pp.15-17; y CANICIO CANICIO, V. “El otro Nazareno” en Nazareno… (obr.cit.): p.70.
[9] FERNÁNDEZ SÁNCHEZ, J.A., “Identidad levantina y procesiones” en: Cabildo, n.19, Murcia, Cabildo Superior de Cofradías, 2016: pp.73-76.
[10] RUBIO GARCÍA, L., La procesión de Corpus en el siglo XV en Murcia, Murcia, Academia Alfonso X el Sabio, 19807.
[11] MONTOJO MONTOJO, V. y MAESTRE DE SAN JUAN PELEGRÍN, F., La Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno (Marrajos) de Cartagena en los Siglos XVII y XVIII, Cartagena, Cofradía de Jesús Nazareno, 1999: p. 84.
[12] BELDA NAVARRO, C., “El gran siglo de la escultura murciana” en: Historia de la Región Murciana (vol.VII), Murcia, Mediterráneo, 1980: p.474.