La calle San Luis, un lugar de historia viva

La calle San Luis, un lugar de historia viva

Rafael Ruiz Gil

Arquitecto

La calle San Luis es mucho más que un lugar de paso en el centro histórico de Sevilla; es un escenario cargado de historia, un espacio donde los ecos del pasado se entremezclan con las vivencias del presente. Caminando por esta calle, podemos casi sentir el peso de los siglos en sus piedras y el aroma de las tradiciones que aún perduran.

El origen de esta vía es muy antiguo. La antigua Híspalis Romana se articulaba entorno a dos ejes principales, el Decumano Máximo y el Cardo Máximo. Este último correspondería a las calles Abades y Cabeza del Rey Don Pedro, prolongándose hacia el norte por la calle Alhóndiga hacia una de las puertas de acceso a la ciudad, situada en las inmediaciones de lo que es hoy la iglesia de Santa Catalina. Desde ahí partía un camino de gran importancia, que por la margen del río comunicaba la ciudad con la actual Alcalá del Río, lugar del Vado de las Estacas, primer punto donde se puede cruzar el Guadalquivir de manera natural. Tras la ampliación de las murallas de Isbilya por Almorávides y Almohades este trozo del camino histórico se convirtió en una de las arterias principales de la ciudad.

La calle San Luis se sitúa en pleno corazón de la Macarena y como vía principal de acceso a la ciudad desde el norte ha sido testigo de acontecimientos de gran relevancia. Por aquí desfilaron reyes y emperadores, como Carlos V e Isabel de Portugal, que entraron a Sevilla por esta calle en 1526, en vísperas de su famosa boda. Es fácil imaginar la magnificencia del cortejo para el cual la ciudad se engalanó hasta tal punto que se construyeron siete grandes arcos triunfales representando las siete virtudes teologales, equivalentes a las virtudes debidas al monarca. El sonido de los cascos de los caballos y los murmullos de admiración de los sevillanos que se agolpaban para presenciar aquel histórico momento.

Vista de la espadaña del monasterio de Santa PaulaPero la calle San Luis no solo alberga grandes gestas. En ella se respiran los detalles sencillos que definen a Sevilla. A pocos pasos se encuentra el Monasterio de Santa Paula, un refugio de paz donde las monjas han perfeccionado el arte de las mermeladas tradicionales. Sus dulces son un tesoro escondido, elaborados con frutas frescas y recetas centenarias que transportan el paladar a otra época. Es imposible no sucumbir a la tentación de llevarse un tarro, cargado de sabores auténticos que cuentan historias a través de cada cucharada.

Pero el Monasterio es también un cofre donde el arte más refinado se muestra para la adoración y exaltación de Dios. Entre sus muros y gracias a la iniciativa de Sor Cristina de la Cruz y Arteaga, escritora, historiadora y poetisa, gran intelectual, que por su trabajo se abrió al público la colección artística del Monasterio, primera de estas características en España.

Además, la calle está rodeada de templos que reflejan siglos de devoción. Desde la imponente iglesia de San Marcos, con su torre mudéjar que vigila silenciosa, hasta la gótico-mudéjar Santa Catalina, pasando por la encantadora Santa Marina y la cercana San Gil, cada iglesia encierra relatos de fe y arquitectura que han enriquecido el espíritu del barrio.

Fachada de la iglesia de San MarcosComo culminación, el recorrido nos lleva a la puerta de la Macarena, uno de los vestigios más emblemáticos de la antigua muralla sevillana, y a la Basílica de la Macarena, donde la Esperanza Macarena reina en el corazón de los fieles y en el alma de la ciudad, un lugar donde las emociones se desbordan, especialmente durante la Semana Santa, cuando Sevilla se transforma y las calles se llenan de vida, pasión y tradición.

Caminar por la calle San Luis es como abrir un álbum de recuerdos donde conviven desde el recuerdo de la grandeza de emperadores, pasando por el aroma de dulces conventuales y se respira la esencia y vida de la Sevilla más tradicional.