El Adviento, tiempo mariano

El Adviento, tiempo mariano

Ramón de la Campa Carmona

Academia Andaluza de la Historia

Desde que fue introducido en la liturgia el ciclo de Navidad a finales del siglo IV, incluso antes de la inclusión del Adviento, la figura de María, unida indisolublemente al misterio de Cristo y que cobra un protagonismo particular en torno a la Encarnación y Nacimiento, adquiere un relieve litúrgico especial, por lo que en torno a él tenemos que referir el germen de las memorias litúrgicas marianas, sobre todo, dentro de las liturgias occidentales: en la romana, la ambrosiana y la hispánica[1].

Como el Mesías llega por la Madre Virgen Inmaculada, es imposible prescindir de Ella en el Adviento, la preparación de la Navidad, junto a la que están en sugestivo tríptico el Profeta Isaías y San Juan Bautista el Precursor, intensificándose su presencia en el último tramo del Adviento. Es modelo para la Iglesia agradecida de cómo se espera y cómo se prepara la venida del Emmanuel, verdad explicitada en el Prefacio II y el IV de Adviento[2].

El Papa Pablo VI Montini dice al respecto: “los fieles que viven con la liturgia el espíritu del Adviento al considerar el inefable amor con que la Virgen Madre esperó al Hijo, se sentirán animados a tomarla como modelo y a prepararse, velando en oración y cantando su alabanza, para salir al encuentro del Salvador que viene. Queremos, además, observar cómo la liturgia del Adviento, uniendo la espera mesiánica y la espera del glorioso retorno de Cristo al admirable recuerdo de la Madre, presenta un feliz equilibrio cultual […]. Resulta así que este periodo […] debe ser considerado como un tiempo particularmente apto para el culto a la Madre del Señor”[3].

María, en la que se polarizan todas las profecías antiguas, es el gozne sobre el que gira la Historia de la Salvación, es el paso de la espera al cumplimiento. Es, en primer lugar, la culminación de la esperanza mesiánica que parte de la promesa a los primeros padres tras la caída[4], pues “si todos los santos del Antiguo Testamento desearon con ardor la aparición del Salvador del mundo, ¿cuáles no serán los deseos de Aquélla que había sido elegida para ser Su Madre, que conocía mejor que ninguna otra criatura la necesidad que tenía la humanidad, la excelencia de su persona y los frutos incomparables que debía producir en la tierra, y la fe y la caridad, que sobrepasan la de todos los profetas?”[5].

Es algo propio, además, de la psicología humana: cuando se prevé el advenimiento de un gran bien, se hace entre la impaciencia y la euforia, tanto mayor la tensión de la esperanza gozosa cuanto de más entidad sea lo esperado. Esto se palpa en la espiritualidad premesiánica del Pueblo de Israel, consciente de su papel funcional transitorio, de la que participa María, tal como se expresa en el Magnificat de María y en el Nunc dimittis de Simeón (Lucas I, 46-55 y II, 29-32).

Pero es, también, al tiempo, la imagen y prototipo de la Iglesia[6], el nuevo Pueblo de Dios nacido del costado abierto de Cristo, pues presenta al cristiano su misión en medio del mundo: encarnar a Cristo[7] en vigilante espera de su segunda venida en gloria y en plenitud[8].

Incluso la inserción al comienzo del Adviento de la solemnidad de la Inmaculada Concepción es una feliz coincidencia, ya que, aunque está marcada por la memoria de la Natividad de María, no es ajena al carácter de este tiempo, pues supone un grito de victoria sobre el pecado y un programa de santidad hecho vida: “la preparación radical a la venida del Salvador y el feliz comienzo de la Iglesia, llena de juventud y de limpia hermosura”[9]. En la espera del nacimiento del Emmanuel contemplamos como Dios prepara en María el tálamo purísimo de sus nupcias con la humanidad; es fiesta de pureza en un tiempo de purificación[10].

En Guatemala, por ejemplo, en la vigilia de esta fiesta, a las seis de la tarde, se encienden luminarias en la espera del Emmanuel, conocidas popularmente como “la quema del diablo”, momento a partir de la cual se articulan las celebraciones navideñas, que incluye la Fiesta de la Expectación del Parto[11].


NOTAS

[1] J. Pinell: “Liturgias occidentales no romanas”, en: La Virgen María en el culto de la Iglesia, Salamanca 1968, p. 163.

[2] “…Cristo, Señor nuestro, a quien todos los profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de Madre, Juan lo proclamó ya próximo y señaló después entre los hombres.”; “Porque, si del antiguo adversario nos vino la ruina, en el seno de la hija de Sión ha germinado Aquél que nos nutre con el pan de ángeles, y ha brotado para todo el género humano la salvación y la paz. La gracia que eva nos arrebató nos ha sido devuelta en María”. Cf. http://www.aciprensa.com/fiestas/Adviento/figuras.htm; http://groups.msn.com/SALVEMARIALLENADEGRACIA/virgenmaria.msnw

[3] Pablo VI Montini: Exhortación apostólica Marialis cultus (2-II-1974), nº 4.

[4] “Pongo enemistad perpetua entre ti y la mujer y entre tu linaje y el suyo; éste te aplastará la cabeza y tú le acecharás el calcañal” (Génesis III, 15).

[5] P. Giry: Les petits Bollandistes, t. 14, p. 373: http://www.mercaba.org/SANTORAL/DICIEMBRE/dic-18-2.htm, p. 1.

[6] San Isaac de Stella: Sermo LI: P. L. CXCIV, 1862-1865.

[7] I Corintios V, 15; San Bernardo de Claraval: Sermo V in adventu Domini 1-3.

[8] I Corintios XI, 26; San Cirilo de Jerusalén: Catequesis XV, 1-3: P. G. XXXIII, 870-874.

[9] Pablo VI, op. cit., nº 3; AA. VV.: “Adviento”, en: Nuevo Diccionario de Mariología, Ediciones Paulinas, Madrid 1988, pp. 52-53.

[10] I. Gomá y Tomás: El valor educativo de la liturgia católica, Rafael Casulleras, Barcelona 1945, p. 522.

[11] G. Morales Castellanos: “La fiesta de la O en Guatemala”, en: La Hora. Suplemento Navideño, Guatemala de la Asunción, Martes 23-XII-2003: http://www.lahora.com.gt/03/12/24/paginas/suplemento2.htm.