11 Ene Paseo literario por Sevilla
Sevilla es una ciudad preñada de historia y ha sido motivo de inspiración literaria a lo largo de los siglos. Vamos a hacer un itinerario partiendo de la zona sur de la ciudad hacia el centro, parándonos en lugares que se han inmortalizado por obra y gracia de los más destacados literatos a lo largo de los siglos.
Contenidos
1ª Estación. Fábrica de Tabacos
Hoy sede central de la Universidad de Sevilla. En ella trabajaban más de tres mil mujeres en el siglo XIX. Constituye una de las más espléndidas representaciones de la arquitectura industrial del Antiguo Régimen.
La planta del tabaco fue encontrada por los españoles a su llegada a América, en 1492. La ciudad de Sevilla, sede de la Casa de Contratación, ostentaba el monopolio del comercio con este continente,, estableciéndose a principios del siglo XVI las primeras industrias de manufacturas de tabaco en Sevilla, las pioneras de toda Europa.
Al principio se trataba de factorías de carácter disperso dentro de la ciudad, para concentrarse más adelante, por motivos de salubridad y también del control estatal sobre la actividad, en una sola, ubicada frente a la iglesia de San Pedro, en la actual Plaza del Cristo de Burgos.
En el siglo XVIII se decide la construcción del gran edificio, a extramuros de la ciudad, que posteriormente, en el siglo XX se convertiría en sede de la Universidad de Sevilla.
Se inició en el año 1728, cuyos diseño y construcción fueron debidos a ingenieros militares. Sebastián Van der Borcht se hizo cargo del proyecto a partir de 1750, pudiendo ser considerado como autor de la parte más fundamental de la construcción de la fábrica. Entre 1751 y 1756 se terminaron la mayor parte de los trabajos referidos a la actividad de fabricación, comenzando la actividad productiva durante el verano del año 1758.
De aquí surgió la figura mítica de Carmen la Cigarrera, personaje creado por Merimée y popularizado por la ópera de Bizet, y cuya imagen podemos recrear contemplando los cuadros de Gonzalo Bilbao. A sus puertas cantaba Carmen la canción más conocida de esta ópera, la habanera que dice:
“L’amour est enfant de Bohème,
il n’a jamais connu de loi;
si tu ne m’ aimes pas,
je t’ aime; yo te amo;
si je t’ aime, prends garde
à toi!…”
El amor es un gitano,
nunca ha conocido leyes;
si tú no me amas, si yo te amo, ¡ten
cuidado!
Continuar por los jardines de Murillo, por el Paseo de Catalina de Ribera, hasta la Plaza de Refinadores donde está el monumento de Don Juan Tenorio.
2ª Estación. Plaza de Refinadores
Al pie de Don Juan Tenorio. ¿Era sevillano don Juan Tenorio? La familia de los Tenorio procedía de Galicia y llegó a Sevilla en la época de la Reconquista. Un tal don Pedro Ruiz Tenorio era sobrino de Fernando III y luchó bajo su bandera en la conquista de Sevilla (1248). Conocedor de estos datos, Tirso de Molina pone en boca de Don Juan:
“Yo soy noble caballero
cabeza de la familia
de los Tenorios, antiguos
ganadores de Sevilla”.
La tradición asocia estas recónditas callejas del Barrio de Santa Cruz con las aventuras del Burlador de la famosa obra de teatro de este autor, personaje luego recreado por Zorrilla en su drama romántico Don Juan Tenorio.
3ª Estación. Plaza de Alfaro.
Igualmente se asocia esta plaza a las andanzas de Fígaro, porque aquí se encuentra el balcón de Rosina, escenario de sus conversaciones amorosas con el conde de Almaviva, según la ópera de Rossini El barbero de Sevilla (1816):
“El momento de la acción es al terminar la noche. La escena representa una plaza en la ciudad de Sevilla. A la izquierda está la casa de Bártolo, con balcón practicable, protegido con celosía… Los músicos afinan los instrumentos y el Conde canta acompañado de ellos.
Ecco ridente in cielo
spunta la bella aurora,
E tu non sorgi ancora
E puoi dormir così?
Sorgi, mia bella speme,
vieni, bell’idol mio!
Lo stral che mi ferì.
Rendi men crudo, oh Dio!”
Risueña ya en el cielo
nace la bella aurora.
Y no te veo ahora.
¿Y puedes dormir así?
¡Sal, esperanza mía,
ven, ídolo de amor!
Haz menos cruel, ¡oh Dios!,
el dardo que me hirió.
4ª Estación. Callejón del Agua.
Aquí encontramos la casa donde se hospedó el escritor romántico Washington Irving, autor de los populares Cuentos de la Alhambra.
Hacia la mitad del callejón, seguir por la calle Justino de Neve.
5ª Estación. Plaza de los Venerables.
En ella se alza el Hospital de Venerables Sacerdotes, edificio barroco de fines del XVII. Fue promovido para asilo de sacerdotes por don Justino de Neve, canónigo amigo del pintor Murillo, otro sevillano cuya casa se encuentra muy cerca de aquí, en la calle Santa Teresa, 8.
Se encuentra en esta misma plaza la Hostería del Laurel, que Sevilla asocia a la hostería de Buttarelli del Don Juan Tenorio de Zorrilla:
Don Diego.- ¿La hostería del Laurel?
Buttarelli.- En ella estáis, caballero.
Don Diego.- ¿Está en casa el hostelero?
Buttarelli.- Estáis hablando con él.
Don Diego.- ¿Sois vos Buttarelli?
Buttarelli.- Yo.
Don Diego.- ¿Es verdad que hoy tiene aquí
Tenorio una cita?
[…]
(Poco tiene que ver la actual hostería con aquella, salvo el nombre, pues como dice Buttarelli, en la suya:
Ni caen aquí buenos peces,
que son casas mal miradas
por gentes acomodadas
y atropelladas a veces.
Aquí se sitúa la famosa apuesta entre don Juan Tenorio y don Luis Mejía (escena XII del primer acto):
Don Luis.- ¡Oh! Y vuestra lista es cabal.
Don Juan.- Desde una princesa real
a la hija de un pescador,
ha recorrido mi amor
toda la escala social.
¿Tenéis algo que tachar?
Don Luis.- Solo una os falta en justicia.
Don Juan.- ¿Me la podéis señalar?
Don Luis.- Sí, por cierto: una novicia
que esté para profesar.
Don Juan.- ¡Bah! Pues yo os complaceré
doblemente, porque os digo
que a la novicia uniré
la dama de algún amigo
que para casarse esté.
Don Luis.- ¡Pardiez, que sois atrevido!
Don Juan.- Yo os lo apuesto si queréis. […]
6ª Estación. Plaza de Doña Elvira.
Por la calle Gloria (donde vivió el poeta Alejandro Collantes de Terán) se sale a esta no menos famosa plaza. Doña Elvira de Ayala era hija de don Pero López de Ayala, cronista del rey Pedro I. Ocupando parte de la plaza y del solar de Los Venerables, se encontraba un Corral de Comedias -el Corral de Doña Elvira– en el que inició sus andanzas teatrales Lope de Rueda.
Un azulejo recuerda también que en esta plaza estuvo la casa del Comendador Ulloa, el padre de Doña Inés.
Continúa el itinerario por la Calle Vida.
7ª Estación. Calle Susona.
Recibe el nombre de la historia de la bella Susona, la que podríamos denominar como una mujer fatal del siglo XV. En Sevilla se alojó una importante colonia hebrea, especialmente desde la destrucción del califato (principios del siglo XI), momento en que muchas familias cordobesas se vieron obligadas a abandonar la entonces capital y refugiarse en el nuevo reino de Sevilla.
La primera judería se encontraba en el lado oeste de la ciudad en donde hoy se encuentra la iglesia de la Magdalena y San Lorenzo. Con el tiempo, se fue desplazando hacia el barrio de Santa Cruz y, sobre todo, al de San Bartolomé, lugares en los que permanecería hasta la expulsión de los no conversos en 1483.
Como era habitual en la época, se dedicaban mayormente al comercio y al préstamo del dinero, que los cristianos tenían prohibido. Esta última actividad provocaba una gran antipatía entre los deudores que, periódicamente, emprendían campañas contra ellos.
La más conocida es la provocada por el arcediano de Écija Ferrán Martínez, cuyos fervorines dieron lugar, en junio de 1391, al asalto a la judería de Sevilla, la más numerosa de la Corona de Castilla. La gran matanza, cerca de cuatro mil almas, dejó a la ciudad casi sin población judía.
Pasaron los años, la cosa se calmó, y aquellos que habían huido pudieron regresar a la ciudad y comenzar de nuevo. Sin embargo, a finales del siglo XV, los Reyes Católicos cercaban el reino de Granada; los judíos de Sevilla, teóricamente la mayoría judeoconversos debido a la presión ejercida por la Santa Inquisición, llegaban al límite de su paciencia; cansados de agravios y vejaciones, tramaron una rebelión para hacerse con el control de la ciudad.
El lugar elegido para las reuniones fue la casa de Diego Susón, cabecilla de la revuelta. Este banquero vivía con su hija Susana Ben Susón, conocida en la ciudad como la fermosa fembra. La judía recibía tantos halagos de sus numerosos pretendientes que soñaba con alcanzar un puesto en la vida social de la ciudad y comenzó a verse con un caballero cristiano, perteneciente a una de las más nobles familias de la ciudad.
Su amante informó inmediatamente al Asistente de la ciudad, Diego de Merlo, quien ordenó detener a los cabecillas de la misma. Pocos días después fueron ahorcados en Tablada, donde se ejecutaba a los facinerosos, parricidas y peores criminales, cuyos cadáveres permanecían todo el año colgados, y una vez al año se recogían sus restos y se enterraban en el cementerio de ajusticiados en el compás del Colegio de San Miguel frente a la Catedral. Una noche, mientras esperaba en su casa que todos se acostasen para ir al encuentro de su amante, se enteró de la conspiración que tramaban los suyos con su padre a la cabeza. Temiendo que le pasase algo a su amado, Susona acudió a él para advertirlo del peligro que corría y que así este pudiese ponerse a salvo. No se dio cuenta que con ello ponía en peligro a toda la colonia judía de Sevilla.
La lista de ajusticiados fue la siguiente: Diego Susón; Pedro Fernández de Venedera, mayordomo de la Catedral; Juan Fernández de Albolasya, el Perfumado, letrado y alcalde de Justicia; Manuel Saulí; Bartolomé Torralba, los hermanos Adalde y hasta veinte ricos y poderosos mercaderes, banqueros y escribanos de Sevilla, Carmona y Utrera. Posteriormente, y a causa de las investigaciones sobre el caso llevadas a cabo por el Santo Oficio, fueron ejecutadas otras dos mil personas. Salió muy caro el intento de la Bella Susona de labrarse una posición social.
La otra versión es diametralmente opuesta: fruto de sus amores con un obispo tuvo dos hijos y, tras ser abandonada por éste, se hizo amante de un comerciante de la ciudad. A la muerte de la Susona y tras abrir su testamento, se encontró en él escrito:
“Y para que sirva de ejemplo a los jóvenes en testimonio de mi desdicha, mando que cuando haya muerto separen mi cabeza de mi cuerpo y la pongan sujeta en un clavo sobre la puerta de mi casa, y quede allí para siempre jamás”.
A partir de aquí termina la historia y empieza la leyenda, de la que existen dos versiones. Según una de ellas, tras ser repudiada por su pretendiente y por los judíos como causante de la muerte de su propia gente, y tras caer en la cuenta de su grave error, la Susona, desesperada, buscó ayuda en la Catedral, donde el Arcipreste Reginaldo de Toledo, Obispo de Tiberíades, la bautizó, aconsejándole que se retirase a hacer penitencia a un convento, como así lo hizo y permaneció allí varios años hasta tranquilizar su espíritu. Más tarde, volvió a su casa donde en lo sucesivo llevó una vida cristiana y ejemplar.
Se respetó su voluntad y, tras su muerte, durante más de un siglo, hasta bien entrado el 1600, permaneció la cabeza en dicho lugar, dando lugar al nombre de calle de la Muerte. Tiempo después se colocó un azulejo con una calavera y se cambió el nombre de la calle, por el de Susona, que todavía permanece. Hace unos años se colocó un gran azulejo que relata la historia de la Susona.
8ª Estación. Callejón de la Judería.
Se accede a través de un arco, flanqueado por dos marmolillos (hoy sin cadenas, quizás para romper el dicho popular: Quien la cadena salta, no se casa). Leamos lo que dice Cernuda de esta calle en su libro Ocnos y vayamos con los ojos bien abiertos:
“Se entraba a la calle por un arco. Era estrecha, tanto que quien iba por en medio de ella, al extender a los lados sus brazos, podía tocar ambos muros. Luego, tras una cancela, iba sesgada a perderse en el dédalo de otras callejas y plazoletas que componían aquel barrio antiguo. Al fondo de la calle solo había una puertecilla siempre cerrada, y parecía como si la única salida fuera por encima de las casas, hacia el cielo de un ardiente azul.
En un recodo de la calle estaba el balcón, al que se podía trepar, sin esfuerzo casi, desde el suelo; y al lado suyo, sobre las tapias del jardín, brotaba cubriéndolo todo con sus ramas el inmenso magnolio…”.
9ª Estación. Patio de Banderas.
Es así llamado porque en él se exponían las banderas cuando algún rey residía en palacio; viene a ser la Plaza de Armas del Alcázar. Las casas pertenecen al Estado y en una de ellas vivió la escritora Fernán Caballero en tiempos del reinado de Isabel II (casa que tuvo que abandonar tras la Revolución de 1868).
Desde aquí contemplamos una de las estampas más hermosas de la Giralda, y recordamos los versos de Juan Ramón Jiménez en su Diario de un poeta recién casado:
Giralda, ¡qué bonita
me pareces, Giralda –igual que ella,
alegre, fina y rubia
mirada por mis ojos negros –como ella-,
apasionadamente!
¡Inefable Giralda,
gracia e intelijencia, tallo libre
-¡oh palmera de luz!,
¡parece que se mece, al viento, el cielo!-
Del cielo inmenso, el cielo
que sobre ti –sobre ella- tiene,
fronda inefable, el paraíso!
10ª Estación. Plaza del Triunfo.
Aquí se encuentra una lápida del Cuarto Centenario de la 1ª parte del Quijote, adosada a los muros del Convento de la Encarnación, que recuerda un famoso pasaje de la obra de Cervantes. Dice así:
MIGUEL DE CERVANTES “UNA VEZ ME MANDÓ QUE FUESE A DESAFIAR A AQUELLA FAMOSA GIGANTA DE SEVILLA LLAMADA LA GIRALDA, QUE ES TAN VALIENTE Y FUERTE COMO HECHA DE BRONCE, Y SIN MUDARSE DE UN LUGAR ES LA MÁS MOVIBLE Y VOLTARIA MUJER DEL MUNDO”. (DON QUIJOTE DE LA MANCHA, II, CAP. XIV) HOMENAJE DEL EXCMO. AYUNTAMIENTO DE SEVILLA A MIGUEL DE CERVANTES CON MOTIVO DEL IV CENTENARIO DE LA PUBLICACIÓN DE SU INMORTAL NOVELA SEVILLA, 5 DE DICIEMBRE DE 2005.
Hemos de aclarar que cuando se cita a la “Giganta hecha de bronce”, se refiere por extensión al también llamado Giraldillo, que es la veleta que corona la torre, y que está “hecha de bronce”, a diferencia del propio cuerpo de la torre construida de ladrillo y argamasa.
Como puede ver el lector, estamos empleando tanto el masculino como el femenino para mencionar a la veleta: “Giraldillo”, como apéndice de la Giralda, y cuando nos referimos a la Giganta -femenino- lo hacemos por ser el nombre coloquial que han dado los sevillanos desde tiempo inmemorial a esta alegoría de la Fe (Triunfo de la Fe Victoriosa, más exactamente), a quien representa con un tamaño de cuatro metros y mil quinientos kilos de peso. No podía tener mejor coronación la “Turris fortíssima”, que sigue ahí desafiando los tiempos.
Podemos confirmar la referencia de Cervantes a la veleta si leemos la continuación del texto de la lápida que hemos reproducido, extraída de la novela cervantina: “Llegué, víla y vencíla, e hícela estar queda y a raya, porque en más de una semana no soplaron vientos nortes”. El fino humor del inmortal manco queda de manifiesto una vez más…
11ª Plazuela de Santa Marta.
Aquí recordamos la leyenda del canónigo arrepentido, Mateo Vázquez de Leca. De origen oscuro, se sabe poco de la juventud de Mateo Vázquez de Leca (o Lecca, o Lecça), posiblemente nacido y bautizado en el barrio de Triana, concretamente en la Iglesia de Santa Ana sobre 1542.
Una historia cuenta que era hijo de un marinero italiano llamado Andrea Barrasi, que debió contraer matrimonio en Sevilla con María Vázquez de Leca; otra, que la Inquisición del reino de Cerdeña incoó un informe en 1572 donde se llegaba a la conclusión de que era hijo de Santo de Ambrosini de Leca e Isabel de Luchiano, naturales de la localidad corsa de Coya.
Lo cierto es que se crió en el Palacio Arzobispal de Sevilla, bajo la protección del cardenal Rodrigo de Castro. Su carrera fue deslumbrante: a los catorce años ya era canónigo de la Colegial del Salvador, a los dieciocho heredó la canonjía y arcedianato tras la muerte de su tío, secretario de Felipe II, gracias a una bula papal, pues no tenía la edad requerida.
Se convirtió en arcediano de Carmona en un período de esplendor en la ciudad del Betis, donde el oro arribaba un día sí y otro también al Arenal, mientras gozaba de plena juventud, fortuna y cargo prestigioso, que se dedicaba a pasear por las calles de la urbe. Como es sabido, era una época de apariencias, y el joven arcediano se encargaba de airearlas, no respetando siempre el cargo que poseía en la Iglesia, ordenado tan solo de epístola o subdiácono, a lo que el padre Aranda solía decir “como la edad era poca y la renta mucha, no fueron sus pasos tan ajustados a las obligaciones en que el estado de eclesiástico le ponían…”.
Vázquez de Leca dio un giro radical a su vida con ayuda de Fernando de Mata, un santo varón que vivía por aquel entonces en Sevilla, y que le ayudó gracias a su dirección espiritual.
Años después de lo ocurrido, encargó la hechura de un Crucificado a Juan Martínez Montañés. El encargo era preciso y en la escritura de concierto se estipula que “el Cristo ha de estar vivo, antes de haber expirado, con la cabeza inclinada sobre el lado derecho, mirando a cualquier persona que estuviese orando al pie de Él, como que le está el mismo Cristo hablándole y como quejándose que aquello que padece es por el que está orando, y así ha de tener los ojos y rostro, con alguna severidad y los ojos del todo abiertos”. Tanto el cliente como el artista dejaron constancia documental de que la imagen debía ajustarse a un determinado mensaje religioso. Tal vez también se tomó como referencia el Cristo del Auxilio de la Iglesia de la Merced de Lima.
El joven Mateo Vázquez de Leca ridiculiza en un soneto los amores de Hero y Leandro, siguiendo las huellas de Góngora y copiando, con una leve modificación, el chiste de los huevos:
¡Cuerpo de Dios, Leandro enternecido!
¡Cuánto mejor te fuera haber pasado
en barcos de la vez el mar salado,
que no pasar a nado desde Abido!
¿No te fuera mejor haber vivido
y a pies enjutos tu mujer gozado,
y no llegar a Sesto resfrïado
en la primera noche de marido?
No son tan necios otros amadores,
que pasan a Trïana de Sevilla
todas las noches en barquetes nuevos.
¡Buen aliño tuvieron tus amores:
tú pasado por agua, Hero en tortilla,
y cenóse el diablo el par de huevos!
Cierto día del año de 1600, el flamante Vázquez de Leca había vuelto a la Catedral tras la procesión del Corpus, fiesta que cada vez adquiría mayor importancia en la ciudad, y entonces observó una figura que se movía en la penumbra de la catedral.
Era una visión borrosa o acaso la figura de una mujer la que se dibujaba al contraluz, y que además parecía llamarle, hacerle señas para que le siguiese. El arcediano, gran sabio de los placeres mujeriegos, se había dejado llevar por los encantos de bellas damas en múltiples ocasiones, y en esta sazón una curiosidad morbosa se apoderó de su mente. Siguió la insinuante figura hasta la Capilla de la Virgen de los Reyes, donde la descubrió quieta en uno de los oscuros rincones. Se acercó a ella y vio su rostro oculto por un manto.
Vázquez de Leca le pidió que se descubriera, pero la figura permaneció impasible. La ansiedad y expectación del subdiácono lo espolearon y se dirigió convencido para descubrir la cara de la sensual silueta que lo esperaba en las sombras. Con delicadeza y sin prisa apartó el manto que cubría el rostro, y ante los ojos atónitos del arcediano apareció la visión de la oscuridad, la penumbra del mundo, la carestía de esperanza, apareció el rostro de la muerte.
Pegó un respingo hacia atrás mientras la visión se apoderaba de su mente y comenzaba a gritar de terror. Las piernas le flaqueaban y los músculos se habían engarrotado a causa de la tensión, un sudor frío le pelaba la frente y su vestido de brocado y la sotana se pegaban a su espalda, empapada de un miedo helado, pero pudo recomponerse y trastabillar para coordinar sus piernas en una carrera despavorida a los gritos de “¡eternidad, eternidad, eternidad!” mientras salía de la Capilla de la Virgen de los Reyes con el rostro desencajado. Desde aquel día se impuso un voto de pobreza y recato, hasta su fallecimiento el 5 de mayo de 1649 debido a la gota.
Una placa nos recuerda que en una casa de esta plaza fallecieron éste y el director espiritual de Santa Ángela de la Cruz, José Torres Padilla.
12ª Estación. Calle Argote de Molina.
La Taberna las Escobas es una legendaria taberna, quizás la más antigua de España, que era el punto de encuentro entre muchos artistas de la época. Fue fundada allá por el 1386, así que imaginad la cantidad de ilustrísimos que han pasado por sus cuatro paredes. Concurrieron entre otros ingenios, glorias de las letras universales como Lope de Rueda, Cervantes, Lope de Vega, Gustavo Adolfo Bécquer, Alejandro Dumas, Lord Byron, Luis Montoto y los hermanos Álvarez Quintero.
13ª Estación. Calle Temprado.
Allí se encuentra el Hospital de la Santa Caridad, fundado por el noble caballero de origen corso Don Miguel Mañara y Vicentelo de Leca. De él se ha dicho que tomó Tirso de Molina el modelo de su Don Juan, algo realmente imposible pues cuando Tirso publicó su obra El burlador de Sevilla y Convidado de piedra (1630), Mañara (1627-1679) era niño aún.
Cuenta la leyenda que Mañara era un joven libertino que gozaba seduciendo a las mujeres. Un día, aterrado por la contemplación de su propio entierro en las callejas de la Judería, decidió arrepentirse de su vida pasada y se entregó a la ayuda de los necesitados, para lo cual revitalizó la Hermandad de San Jorge y dio comienzo a la piadosa fundación del Hospital de la Santa Caridad. José Gutiérrez de la Vega publicó en 1834 un cuento tradicional sobre Mañara en el que lo describe así:
Ni Dios ni ley eran bastantes a poner freno al joven disoluto. Un día que burlara a una dama, que matara en duelo a un esposo, y que gozara del estruendo y algazara de un festín, constituía indudablemente uno de los más felices de su vida. […]
-Padre mío, dijo humildemente a uno de los que iban al lado del féretro, si es posible que me lo digáis, quisiera saber el nombre de ese desgraciado.
El sacerdote se dirigió atentamente a D. Miguel, y con voz solemne le dijo:
-¡Caballero Mañara, sois vos mismo! Acercaos y lo veréis.
14ª Estación. Calle Entrecárceles.
Aquí terminamos nuestro recorrido, ante la antigua cárcel de la calle Sierpes, vecina a la Audiencia Real, en la plaza de San Francisco. En este recinto estuvo preso (1597 y 1692) Miguel de Cervantes Saavedra, y aquí se engendró para asombro y delicia del mundo El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.
Ramón de la Campa Carmona
Academia Andaluza de la Historia